Ni sentado tras
las cortinas espiando el paso de los peatones que cruzan la acera, no intento
entonces vislumbrar las sombras en los muros ya no tan lluviosos, ni
enmohecidos como antes, ni refugiado en las sombras cálidas de los domingos, entre
las multitudes parlanchinas que invaden los centros comerciales, ahí tampoco te
busco, ni dejo vagar mi mirada por entre los transeúntes que divertidos comen
sus tristes helados, todos los helados tiene el triste sino de la vida que se
derrite inevitablemente, metáfora innecesaria de la vida como un helado que hay
que devorar, unos se comen la vida ávidamente, otros solo dejamos que se
derrita entre los dedos, ni ahí en los parques, o en los rascacielos, mirando
los lánguidos atardeceres de las ciudades, entre las páginas empolvadas de los libros que nunca leí, ni
leeré, u oculto entre los personajes de las películas aburridas de los canales
de arte, tal vez estás allí con extraños ropajes o hablando en idiomas
imposibles, pero no las veo, ni pasando canales, mientras el insomnio se
atraviesa en mis párpados… y entonces, salga a caminar, recorriendo las calles
de esta ciudad tan verde, tan triste, tan inmensa… y me cruzo de nuevo contigo…
y sin darme cuenta que eres tú… cambio de acera rápidamente… esperando no
encontrarte, ni por casualidad, aunque el destino lo dicte… triste caso de que en
el destino nunca he creído… suele ser muy mentiroso…
Carta para Juan #1. Chuchú.
Hace 10 años
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