miércoles, 12 de diciembre de 2018

Hoy he vuelto...






Hoy he vuelto...
para mirarte los ojos brillantes cuando hablás de tus días inmensos como montañas ...
para mirarte las manos que movés como manos de ilusionista en medio de la pista de un circo imaginario...
para escuchar los relatos de tus días furiosos de alegría, de sueños y esperanzas, como barquitos de papel enfrentados a las olas del mar...
para espantarte las dudas que te merodean como moscas de hilo que cuelgan de las ramas de los árboles de esta ciudad que tanto amás...
para escuchar también lo que no decís, como palabras mudas, como suspiros cuando mirás las nubes que te miran sin decirtelo, como yo que te observo sin decírtelo...
para esperar un mensaje que tal vez no llegue, o jugar contigo al gato y al ratón... o simplemente para sonreír cuando escucho tu voz, ahí al otro lado de este eter llamado días que nos rodean...
Hoy he vuelto, para nada... para todo...

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Volver a casa

Como devolviendo los pasos, regreso a casa...
La puerta oxidada y los postigos echados me reciben silenciosos, como cadáveres abandonados al borde del camino...
El polvo, único habitante de mi refugio, se levanta silencioso cuando recorro de nuevo sus habitaciones: la sala con su biblioteca, en la cual los personajes de mis libros me miran sin reconocerme, el patio con mis cuatro plantas ya convertidas en árboles llenos de pájaros sin hogar, mi cocina con el agua del lavabo a rebosar ya convertido en piscina llena de delfines de espuma y tiburones de goma, y mi alcoba llena de sueños olvidados, de los míos por supuesto, y que curiosamente, aunque los veo, no los reconozco, ni tu sonrisa, ni tus ojos, ni tus dedos son los mismos, ni tus palabras, ni tus silencios, ni tus recuerdos, todo de una forma diferente a la real, y allí en medio del silencio de mi casa, tendido en la cama, estoy yo, como un bebé enorme abandonado en medio de la lluvia interminable que es mi memoria. Triste costumbre que tengo de irme y no llevarme conmigo...

miércoles, 28 de febrero de 2018

Apareces...

Apareces entre los nombres no dichos, como bordeando las comisuras de los labios, y entre las respiraciones apacibles de las tardes lluviosas (que insistencia de aparecer la lluvia cuando hablo de vos), y en ese vaho que aparece en los cristales escribo rápido tu nombre para verlo desaparecer con el dorso de mi mano.
Entonces pongo en movimiento mis animales de papel, únicas mascotas que habitan mi casa, e insisten en quedarse quietos cuando no los miro, y entre ellos la pequeña melliza que se quedó conmigo cuando nuestra separación ocurrió (¿puede separarse algo que nunca estuvo unido?) y triste mira por la ventana hacia la pared desnuda, blanca e inmóvil, que insiste en permanecer como una guardiana silenciosa para ocultar de mi vista los jardines del vecino.
Siempre ocurre que me invade la tarde, con sus visos pesados y somnolientos, único refugio del tedio de los días, ¿y si me escapara hacia tu mundo? ¿y si ocurriera la última mirada de los amaneceres? ¿y si la película no terminara con la palabra FIN? Ocurre entonces que los personajes de mis libros se hablan entre ellos, hablan de mi tristeza infinita y de esta necesidad de no verte, de no hablarte, de no saber de vos, necesidad que me llena cuando el insomnio se cruza en mis ojos, entonces inventan historias que me cuentan cuando los leo de nuevo, y no los reconozco cuando se detienen y me miran, y sólo leo una y otra vez la historia de tus ojos que miran siempre un paisaje que no habito, eterno dilema de no vivir ambos en el mismo mundo.