domingo, 19 de septiembre de 2010

Abrazo


Aunque no suelo incluir escritos de otras personas, me encontré con esta joya de Héctor Abad Faciolince, escritor paisa, que quise compartir con los pocos lectores que se pasean de vez en cuando por este blog.

ABRAZO
¿Cuánto dura un abrazo? No debe durar mucho, como señalaba Roland Barthes, para que no se dañe, es decir, para que no se mezcle con otra sensación que ya no forma parte del abrazo. Porque lo interesante del abrazo es que está en un terreno intermedio: es cuerpo, pero no es sexualidad, es ansia de cercanía, pero no es deseo (todavía no). El abrazo no suele durar mucho, dura hasta que no pasa a ser otra cosa.
Hay culturas que se abrazan más que otras, tal vez porque son menos temerosas de lo que puede llegar a pasar si se prolonga demasiado un abrazo. En nuestra cultura los amigos casi nunca se abrazan. Más aún, aquí es corriente que nos expresemos el afecto dándonos ardientes palmadas o puñetazos dolorosos que se acompañan siempre con muy masculinas palabrotas. Es una manera de hacernos los machos, de demostrar, a toda hora, que lo somos indudablemente.
Porque en todo caso el contacto físico no es fácil, ni está desprovisto de una infinidad de significados. Cuando rozamos a alguien, accidentalmente, en el ascensor o por la acera, pedimos perdón. Y al pedir perdón estamos diciendo: «toqué, pero toqué sin culpa». Sabemos que el cuerpo es el espacio de cada uno, y que cada cual concede partes de su cuerpo, paulatinamente, un poco más o un poco menos, de acuerdo con la intimidad que se tenga con el otro.
Creo que todos necesitamos tocar y ser tocados por otros. De ahí una buena parte del éxito de los animales domésticos: son sustitutos. Porque cuando el tabú de tocar es muy fuerte, cualquier roce nos puede llevar a ser mal interpretados. Uno puede tocar a sus anchas un gato o un caballo, sin que a éstos se les ocurra ningún mal pensamiento. Las personas, en cambio, ante un roce, reaccionan con un par de sospechas casi instintivas: «una de dos, o me lo va a pedir, o me quiere hacer daño». Pocas veces se entiende que el contacto es solo eso: ganas de cercanía con el otro, deseo de compartir por un instante el mismo espacio, de juntar lo irremediablemente separado que son dos soledades. Porque las palabras no siempre pueden sustituir las caricias, por mucho que acaricien las palabras. El órgano del cariño está en las manos.
Terneza: he ahí una antigua palabra del castellano que se parece a lo que busca el abrazo. El abrazo es recíproco, de lado y lado. Y uno de los dos, o los dos, saben cuándo estrecharlo y cuándo suspenderlo. Hay relojes internos que nos dicen hasta dónde apretar, en qué hombro reclinar la cabeza, hasta qué punto aspirar el aroma del cuello, cuándo iniciar la retirada.
El abrazo es común al miedo y a la alegría. Por eso los futbolistas se abrazan después del gol. Y los amigos en los aeropuertos: de felicidad, al encontrarse, y en la despedida, de desolación. En casos de peligro repentino y mortal, como en la erupción que sepultó a Pompeya, se han encontrado esqueletos abrazados; bajo el lodo de Armero hay estatuas abrazadas; de las Torres Gemelas parejas abrazadas se lanzaban al vacío y sobrevivientes que no se conocían se abrazaron y lloraron al salir del peligro. En el último gesto ante la inminencia de la muerte dos seres se abrazan. Porque todo, juntos, es mas fácil, incluso lo definitivo, lo que no tiene solución.
Héctor Abad Faciolinace - Palabras Sueltas. Pag. 15. Seix Barral, Bogotá. 2002.