lunes, 16 de abril de 2007

RELACIONES AMOROSAS DEL SIGLO XXI (Capitulo III)

Encontrar el príncipe azul, parece un tema recurrente en los blogs. Cada blogger tiene su definición de cómo podría ser.
Príncipe azul, difícil escribir sobre algo que es tan subjetivo, cada uno tiene una imagen preconcebida sobre este ser esquivo, irreconocible y mimético.
¿Quién no ha soñado con este personaje que en su caballo blanco nos rescate de los dragones de la rutina y nos lleve a su castillo?
Lo ideal sería que su caballo fuera un auto último modelo y su castillo un apartamento amoblado en una zona exclusiva de la ciudad. Cabe anotar que los dragones serían los jefes, familiares y vecinos chismosos.
El príncipe azul, creación medieval de la cultura occidental, nos ha llegado por obra y gracia de la literatura primero, luego el cine y la televisión. Enmarcado en un halo de misterio, exótico personaje llegado de tierras lejanas vence las barreras y libra a las princesas de todos los problemas y temores.
Los príncipes abundan en nuestras ciudades, los vemos pasar con prisa por las calles ya sea con su cabello largo ondeando al viento o remplazados sus cascos por gorras y sombreros, sus yelmos y armaduras por camisas y jeans.
Pero son príncipes sólo en apariencia, si, bellos de lejitos, para ver pasar al otro lado de la calle, de la mano de mujeres de carne y hueso o mirando en lontananza (o sea al horizonte) y no se dignan mirar a el resto de princesas disfrazadas (o sea “nosotros”), y cuando por fin miran nos toca hacer un esfuerzo para que vean la princesa que hay en cada uno.

Supongamos que el príncipe azul (cada quien póngale el color que quiera y la vestimenta que quiera) se tropieza con nosotros, un encuentro real, casual, caminado por la calle o en el trabajo (seamos románticos por un momento, olvidemos los Chat, los saunas y las discotecas), una mirada, luego otra mirada (porque con el príncipe azul es amor a primera vista de ambas partes), una pregunta, un saludo, intercambio de nombres y luego el azar (si, porque el azar determina el éxito de nuestra historia, claro que de vez en cuando hay que darle un empujoncito al destino). Si fuimos suficientemente inteligentes dejamos un ligero misterio flotando a nuestro alrededor, pero no mucho ya que de todas formas es mejor parecer accesible que inalcanzable (los príncipes también tienen temor de ser rechazados). Luego cada uno tendrá sus mañas para parecer interesante, inteligente, divertido y buen amante, y tener entretenido al príncipe en cuestión. No sea que se desinfle tan rápido el entusiasmo que haya mostrado este personaje.
Como todos los cuentos de hadas existen también las brujas, las madrastras y hermanas envidiosas. Para nuestro caso creo que todos tienen nombres en la punta de la lengua para escupirlos en cuento se les pregunte. Y como todas las brujas tienen sus hechizos para hacer caer a nuestro príncipe en sus garras (¡malditas!), pueden ofrecer más de lo que modestamente ofrecemos nosotros: inteligencia, diversión y obviamente sexo (¡doblemente malditas!).
Y hay si, el que termina peleando contra las brujas no es el príncipe sino nosotros, las princesas disfrazadas, y defendemos al príncipe con uñas y dientes, eso si con mucha clase (primero muertas que sencillas), y sin que el príncipe se de mucha cuenta de la guerra, no sea que se le suba mucho el ego y le de por jugar a dos bandas (con la bruja y la “princesa”).
Una vez liquidadas las brujas, triunfo sobre todo de inteligencia, disfrutemos el cuento de hadas (sin caballo a bordo porque igual que comen, cagan), sin hijos (máximo un gato o un perro), con el reino a salvo y la cama dispuesta para el amor.
Eso si procurando ser el príncipe azul de nuestro príncipe azul, y de aquí en adelante no especulemos mucho, que si los cuentos dejan algo claro es que “viven felices para siempre”, seamos románticos y dejemos hasta este punto.
FIN.
(Continuará…)