Hoy me
llené de metáforas para describirte. Por ejemplo tus cabellos como hilos de
araña que se enredan en mis dedos. Tus brazos largos y huesudos como largos
ramas de árboles secos. Tus ojos como pequeños luceros brillando en los hondos
agujeros negros de tu cara. Tu nariz extensión infinita del aire que huye
insensible de tu cuerpo. Ese cuerpo, carcasa que lleva tu alma por el mundo. Y
tu boca, caverna silenciosa, refugio de besos, sonrisas y palabras. Y tu
cuello, dulce tentación de vampiros manieristas. De esos que se relamen de
gusto cuando te ven pasar silencioso y triste como ellos mismos. Y tu pecho, mi
rincón favorito de tu geografía, como el interior de la ballena del noble
Gepeto o del santo Jonás que me sirve de refugio en las tardes frías, y ese sitio más abajo entre tus piernas, inexplorado y
desconocido para mí, no sé si selva o desierto, explotado o virgen, lleno de
misterio, jardín de las delicias o país de las maravillas. Y tus piernas
infinitas que terminan en dos barcas inmensas para recorrer mi casa, este mundo
lleno de vos, mi conde sangriento, mi impronunciable, mi nunca jamás, mi
caballero de la triste figura, mi no-se-cuánto y no-sé-como, mi último de la
fila, mi madame Bovari, mi fotógrafo privado, mi pequeño secreto y mi tesoro...
Mi alegría infinita que me haces llenarme de metáforas para hablar de vos, mi
canica, mi constelación, mi orbe, mi escoba y mi cama, mi sujeto y predicado,
mi último... Vos... Mi único.
Carta para Juan #1. Chuchú.
Hace 10 años